jueves, 25 de septiembre de 2008

sobre mi abuela angélica suarez

Juan Carlos la Rosa Velazco

Mi abuela Angélica, la madre de mi padre esta muriendo ahora. ella es una magnífica oriental poseedora de una personalidad imponente y de una voluntad férrea, ella tiene el pelo blanco bello y suave como el de mi bisabuela india materna, Josefa Martínez, siempre hubo algo como una dignidad común, un definitivo don de mando, de legitimidad en el mando entre ambas, aunque nunca se conocieron, ni tenían nada en común a excepción de las relaciones que sus hijos y nietos establecieron y puedan establecer.

Aunque estuvimos lejos después de la muerte de mi padre, la abuela siempre hizo saber del amor y la preocupación por sus nietos y del afecto por mi madre, su fuerte personalidad logró marcar los cuentos de mi madre y de mi tías, que todas tiene el don contar historias, igual escuchamos los cuentos de mi padre José, muerto de compromiso cuando yo tenia ocho años y mi hermana Gabriela apenas seis.

Ya adolescente y levantisco volví a verla con mas frecuencia, militante aún para entonces solo de las ideas, porque desde hace algunos años milito en la tierra, en el mar y en los hombres y mujeres que amo y luchan. Era ese el tiempo en que recuperaba a cántaros la memoria y el camino de mi padre de la palabra nocturna de mi tía Margarita Rosales, hija de angélica y hermana de mi padre.

El tiempo del rencuentro con mi abuela es el tiempo en que nuestro país, raro privilegio en el caribe, convocó sus propias tempestades, su propias furias. entonces fui a verla y sobre las losas de la entrada sentí por primera vez el ruido de mis cascos, no conseguí lugar a su lado, es incomodo el corazón y el relincho de los salvajes, me fui a dormir en los corrales y partí bien temprano guiado por el ruido de las guaruras a untar mi lanza en la sangre de los malditos.

Siempre vuelvo a ver a Margarita, a enseñar las heridas, a rehacer los cuentos viejos, a ver crecer a las niñas de la casa, verlas iluminarse de destino, a hablar de mi padre José Jesús Rosales Suárez, el hijo de Angélica y del abuelo Jesús. Margarita dolida de compromiso y pequeña, se le ven los recuerdos mas bonitos, mas espléndidos, cuando habla pide la lealtad a cada palabra del que escucha, pide silencio para que la palabra llegue entera. En la noche enciende las velas de un resplandor que nuestra patria sabe en sus mujeres.

Yo escogí a Margarita Rosales, digo la escogimos mi hermana Gabriela y yo. ella es el lazo con la otra memoria de nuestros ascendientes, lo demás lo aprendimos desde pequeños, nosotros somos parientes, somos familia y desde ahí arrancamos nuestras peleas, nuestras campañas, lo mismo saben mis hermanas Mónica y Alejandra y lo mismo sabe Carlos Nicolás el menor, esa lealtad que lo hace un buen hombre para siempre. Todos le piden la bendición a Margarita y el resto de los Suárez y Rosales, nuestro respeto es sólido, pero no es sumisión sino compromiso, es buen amor.

Pero yo escogí a Margarita Rosales, por que se que mi Abuela Angélica la escogió a ella para nosotros, nada pasa sin que la abuela Angélica no este adelantada. Ella mandó a buscarnos, la mandó a contarnos, la hizo para contarnos, en esta tierra hay mujeres que andan contando historias a niños y niñas que conocieron en el camino, la memoria es eléctrica y constante, busca caminos, los construye, cruza los ríos y los sigue por que que no conocen fronteras.

Veo a mis tíos en su mirada de ojos especiales, por que pese a las diferencias terribles en las que milito y acepto, por que este país y este continente que sangran por las diferencias, también es la tierra que nos ha enseñado a valorar las diferencias y elevarlas a la digna altura de la diversidad. Los veo y quiero abrazarlos, abrazar los primos y que perdonen mi ausencia y mi descuidado desvelo.

Mi padre era gráfico como yo, el abuelo Dámaso, el padre de mi madre, me enseño la proporción de la forma y la libertad del color, el vuelo de ojos de un visionario. En el edificio de Grano de Oro, en Maracaibo me encontré junto a otro José(mi hermano del alma), los restos descuidados de los frescos de Rafael Rosales un pintor de mi familia que vivió, cuenta la tía Margarita, en el bromios de los dioses agrícolas, en el delirio encendido por las piedras. Yo Trato de contar un cuento en la piedra negra, sobre el cartón de las cajas viejas, un cuento que se aplaza para dar paso a la agitación y a la propaganda. Me mudé a la casa de la guerra para retar a la muerte, si alguna vez pudiera contar el cuento, moriría con el último terrón de la piedra de tiznar.

Angélica Suárez, mi abuela, me abrazó dulcemente la última vez que la vi, vio a mi compañera y me dijo, "mira que ya es hora de que cedamos en este carácter y nos reconciliemos, este año debemos reconciliarnos".

Tengo dos años de un viaje que tiene destino en el campo de donde partí, era importante lavar mi corazón en el río, limpiarlo de muerte, para que las flores le crezcan fuertes y espinadas. la esencia del amor nos hace mas fuertes y valientes, el viejo que labra el campo de la guerra va a contentarse.

No voy a poder despedirme de ella y eso no es bueno para mí, pero mi abuela Angélica no necesita reconciliarse conmigo, no necesita por amor a dios reconciliarse con nosotros, si ha sido el centro de un concilio poderoso del cual soy-somos parte.

No necesita mi falta de sabiduría para con ella y mi ignorancia del mundo, no necesita mis torpezas. Yo a ella la necesito en todos los momentos que no la he tenido y no la tendré. Martí fue el que nos comparó a los venezolanos con centauros y describió facinado a nuestras mujeres como veo yo a mis abuelas, también escribió una vez a su hija María, "amor cuerdo no es amor".

Espero que esta locura te llegue bella abuela...

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